99. Forbidden Zone (1980, Richard Elfman)
Yo solía ver Late Night Black and White en Cartoon Network, un producto nacido de la bien fundamentada creencia de que el canal tenía más audiencia adulta que infantil, en una época en la que todo el proyecto todavía era un ejercicio de nostalgia y revisionismo. Con los cambios de dirección del canal, el programa desapareció, pero yo quedé enganchado con la animación de principios y mediados de siglo, en particular con la de los hermanos Fleischer. Popeye, Betty Boop, Bimbo, todos ellos me parecen fascinantes, antes de que el color y el código Hays se los comieran vivos.
Los Fleischer eran particularmente... surreales en sus caricaturas. Las historias en su mayoría consistían de viñetas unidas por un número musical, llenas de movimiento y sinsentidos, donde las piedras cantan y las casas se arrancan corriendo. Me encantaban. El surrealismo en el cine siempre me ha parecido comiquísimo; Buñuel me mata de risa. El cartesianismo ha enseñado a casi todo occidente a razonar y ordenar, y cuando se trata del surrealismo, siempre es una batalla por tratar de explicar tanta locura, encontarle subtextos y su "verdadero significado". Me cuento entre la pequeña minoría que ante estos experimentos simplemente se deja llevar, maravillándose de tanta inventiva.
Forbidden Zone me encanta por esto. La familia Elfman tomó el espíritu de las caricaturas de los Fleischer y lo plasmó en poco más de una hora en blanco y negro, con todo y el fantasma de Cab Calloway colándose por ahí. La historia no es realmente importante, ya que está ahí sólo para unir una multitud de secuencias bizarras. Algo acerca de una familia que se muda a una casa cuyo sótano tiene una puerta que da a la Sexta Dimensión, la "Zona Prohibida", donde se puede encontrar.... um, un sapo bailaín vestido de frac, una princesa que se pasea todo el tiempo en bragas, un candelabro humano, Tatú (de La Isla de la Fantasía) como el rey de la Sexta Dimensión, y Danny Elfman como el Diablo.
Lo que en realidad me llama la atención es el desenfado e ingenuidad con la que van apilando elementos que no vienen al caso y que finalmente se sienten naturales, como parte de una realidad en la que todo se vale. Los números musicales son particularmente impresionantes, en los que los mayores efectos especiales son unas animaciones gilliamescas. Danny Elfman se roba el espectáculo, y su influencia puede notarse hasta en el tour ZOO TV de U2, donde Bono le copió su imagen del Diablo para el personaje de McPhisto.
Tiene un nulo sentido comercial, fue hecha a base de puro sacrificio con un presupuesto ínfimo, y es toda una obra de amor para acaso capturar los bizarros sketches que se aventaba la banda familiar, The Mystic Knights of the Oingo Boingo. A veces me pregunto, con algunas películas, por qué diablos fueron hechas en un principio, o quién habrá sido su público meta. Después de ver esta película, agradezco que haya cintas que se hagan sin ninguna razón aparente.