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98. Edward Scissorhands (1990, Tim Burton)

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Sobre Burton pende un hacha de esas que van como un péndulo y que están bajando poco a poco y que generalmente siempre vienen acompañadas de un reloj de arena que se vacía a una velocidad ridícula. Si no hace un movimiento rápido, está acabado. Así que olviden todo lo demás. Ésta es la obra maestra de Burton por muchas razones. La principal es que vino después de Batman, el fracaso de su primer matrimonio, y de su loca carrera por ganar dinero; es decir, fue más que una pausa admirable para contar un relato de hadas o más que un retrato artístico de la infancia. Quería dejar testamento de que era alguien único en un ambiente de blockbusters. Y lo logró desembolsando una buena suma para pintar todo un sector suburbano de distintos colores. Vació con sus mejores armas muchos de los primeros planos más clásicos y reconocidos del cine infantil. Robó corazones poniendo a Winona Ryder como anciana, a Anthony Michale Hall como rebelde, a Kathy Baker como una vecina ninfómana, a Diane West como una vendedora de Avon incomprendida, y a Vincent Price como un inventor que tiene poco tiempo para terminar sus obras. Y listo. Y todo lo quedó tan sencillo. Podría decir que la fábula perfecta sobre la humanidad moderna queda expuesta en los primeros 15 minutos del film. Sí. Soledad. Miedo a lo desconocido. Y más absurdo aún: miedo a lo diferente. Podría emocionarme mil veces otra vez viendo cuántos tipos de corte de cabello se le pueden hacer a un perro o a una vecina.

Johnny Depp está perfecto. El traje de buzo ninja y sus ademanes de robot autómata le hacen creíble todo. Los aciertos en el personaje producen una lástima que no incomoda y le sostienen a uno para no apagar la tele. Edward tiene que lavarse las manos con aceite y se desvanece si toma una bebida fuerte. A mi me da mucha ternura el hecho de que cuando pierde los estribos, en vez de cometer un homicidio múltiple, se dedica a hacer una escultura de hielo o a asustar a la vecina religiosa. Reconoce que no quiere ser un estorbo pero su propia naturaleza le convierte en uno. Y ahí es donde yo me sentí bien cuando la vi por primera vez. Quizá uno se identifica con muchas cosas, pero la tolerancia del personaje es única. El modo en que guarda sus navajas para mejor romper los colchones por un susto involuntario o para comer chícharos sin poder lograrlo siquiera, es algo que a mí me sigue dejando pendejo. Éso y que al final, por ser tan estúpidamente voluble la sociedad, termine siendo un crímen la rivalidad que hay entre un bully rico y cobarde y un adolescente que no comprende la diferencia entre crema revitalizadora y una máscarilla herbal.

En fin, de que si Burton tiene otra idea así, yo lo seguiré dudando. Ahí se agotó y todo se fue viniendo abajo. Y no "viniendo abajo" pensándolo como un tipo acabado y sin imaginación. Big Fish entretiene a pesar de su toque melodramático que se antoja tramposón. Pero el nivel es increíblemente diferente. Nunca me gustó el Planeta de los simios y menos podría tener buenos recuerdos de sus juegos a lo Mario Bava en Sleepy Hollow. No negaré que la realización de Ed Wood es un mapa del Hollywod weird de los cincuentas que nadie debe perderse. Y que claro, debo reconocer, si te vas para atrás vas a ver Beetlejuice espantando con su 4.5 centímetros de altura a toda una familia americana y eso va a ser muy bueno. Pero sin ir más allá, en Edward Scissorhands se calcó él mismo para nunca salir de ahí. Por vez primera, siento que en una película de clasificación "A", lo torcido, lo darkie, lo sensacionalista, el pop de cementerio, tuvo éxito. Y eso nunca lo entenderé bien a bien, pero qué más da. A mis padres les gusta, pero no podrían ver Vincent, por ejemplo. Todo es tan perfecto para contarse. Yo podría ahora contárselo a mi sobrino para mandarlo a dormir (con reservas de que su mamá me ponga unos putazos) y podría hacer un giro en la historia que me deje más satisfecho: que de algún modo, Edward se quede con la chica.

¡Mira que buena idea! Ahora mismo se la voy a contar.
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