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95. Jacob's Ladder (Adrian Lyne, 1990)



Mientras escribo esto, aparentemente está en producción una versión cinematográfica del videojuego Silent Hill. No sé si los encargados del proyecto tengan en cuenta que ya existe Silent Hill: The Movie. Fue hecha en 1990 por Adrian Lyne, y se llama Jacob's Ladder. De hecho, Silent Hill 3 no es sino un desvergonzado homenaje a esta cinta (plagio suena muy fuerte), al punto de replicar cuadro por cuadro algunas de sus escenas más atemorizantes.

Pero más allá de sus similitudes estilisticas, ambas obras comparten una idea que no me explico por qué no es explotada más seguido en el cine de terror: la perenne pesadilla, en la que la realidad se confunde con un ensueño infernal. Siempre he pensado que la mejor manera de meter terror en el corazón de una persona, es quitándole todas sus seguridades, dejarlo completamente vulnerable, sin nada a que sujetarse. "La realidad" deja de ser un refugio para Jacob, el protagonista, ya que en cualquier segundo un día normal comienza a plagarse de visiones siniestras que lo obligan a despertar; pero antes de que pueda decir con alivio "sólo fue un sueño", un hombre sin rostro lo espera al pie de la cama. Así, continuamente, y parece que la pesadilla nunca va a terminar...

Quizá esa es la razón por la cual no se utiliza tanto este camino en el cine de terror: no sólo le desgracian la noción de lo que es real al protagonista, sino también al espectador. A mi me fascinó la cinta, de verdad, y más cuando la ves completa y al final todo comienza a encajar; pero no es difícil toparse con alguna reseña negativa que la tache de confusa y frustrante. No sólo eso, sino que hay quien la acusa de tramposa por el hecho de tirar por la ventana la única explicación racional de las alucinaciones de Jacob. Este movimiento de la película no sólo me pareció gracioso sino brillante. Gracioso, porque una vez más le arrebata a la audiencia la única esperanza de tener una respuesta segura al acertijo. Genial, porque me parece que en Jacob's Ladder tenemos uno de los pocos flash-forwards (el único que yo he visto, seguro) en la historia del cine.

No sé, quizá tuve la suerte de haber leído An Ocurrence at Owl Creek Bridge de Ambrose Bierce y El milagro secreto de Jorge Luis Borges con anterioridad (ambas historias se encuentran en línea, por cierto), y por ello no me pareció tan confuso el acto de prestidigitación del guionista, Bruce Joel Rubin. Todo lo contrario, me pareció maravilloso. Sólo se necesita prestarle un poco de atención, especialmente a los diálogos del quiropráctico, y la cinta se resuelve sola en su última escena: un cuadro que reúne un abrumador sentimiento de tragedia y catarsis por igual.
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