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89. Aladdin (Ron Clements y John Musker, 1992)

domingo, febrero 20, 2005


De vez en cuando veo una película que me hace pensar que el cine ha sido, históricamente, una herramienta brutalmente desaprovechada. Películas así forman parte de un minúsculo grupo que explota y derrocha la famosa "magia del cine".

Ya se imaginarán a dónde se dirige esto.

Dejemos sola a la cinematografía tradicional, por el momento, que tiene suficientes problemas con la plaga que es Dogma 95 y similares. La animación, clásica o computarizada, aparentemente avanza a pasos agigantados hacia lo que considero un callejón sin salidad evolutivo. Final Fantasy: The Spirits Withtin, con su apretada atención al detalle e incomprensible afán por el realismo, es el mejor ejemplo del lamentable descarrilamiento que la industria de la animación ha tomado. Incluso historias de fantasía como Shrek o Finding Nemo tratan de establecer sus situaciones en un mundo sólido, realista y lógico. Bleh.

No me agrada esta situación. Lo acepto cuando se trata de una elección estética, como es el caso de Grave of the Fireflies. Pero Spirit, Road to El Dorado, Simbad y otras tantas no tienen excusa: son comer sólo ensalda en buffet de todo lo que pueda consumir. Son jugar con una corneta cuando se tiene a disposición toda una juguetería. Son... un desperdicio.

Aladdin me recuerda a un par de cortos de Mickey Mouse de finales de los 20, en particular The Barn Dance. En este corto, Mickey baila pésimamente con Minnie, aplastándole, inmisericordemente y sin darse cuenta, el pie y luego la pierna, machucándola hasta dejársela larguísima. Para arreglar esto, Minnie agarra su pierna de dos metros y le hace un nudo, para luego cortar el sobrante. Me emociona bastante este tipo de cortos. Los pioneros del cine tenían la idea correcta: los dibujos animados abrieron de repente un mundo lleno de posibilidades, rompiendo barreras que la logística de la cinematografía había establecido incluso en esa era temprana. Ahora se podían crear mundos donde las mesas bailaban y los pianos tenían ojos. Como si fuera magia.

A muchos no les agrada Robin Williams como comediante (y menos como actor dramático), pero no puedo pensar en un mejor motor para el experimento creativo que acabó siendo el personaje del Genio. El Genio es lo que resulta de traducir el ritmo de ametralladora de Williams a un nivel literal, lo cual debió ser el sueño de cualquier animador. Si imita a Arnold Schwarzenegger, el Genio aparece como una masa de músculos con acento austriaco. Cuando hace un comentario a la Rodney Dangerfield, se le saltan los ojos y se afloja una corbata. Y así, el personaje es materia maleable de mil rostros y mil formas: un segundo es Jack Nicholson y al siguiente es un submarino alemán. Aunque la naturaleza del personaje se debe a que es un ser imposible, estoy casi seguro de que los creadores de la cinta se entusiasmaron con el concepto que tenían en sus manos. Quizá pensaron que nunca tendrían el mismo nivel de libertad, y decidieron hacer al Genio la estrella de la cinta.

Sólo hasta que la volví a ver esta semana, para tenerla fresca al momento de escribir, me di cuenta de que el Genio aparece por primera vez hasta poco después de la media hora. Escogí a Aladdin principalmente porque rescataba algo que se había perdido en el mundo de la animación por varias décadas. Pero todo lo demás que no tiene nada que ver con el Genio es sorprendentemente sólido. La historia de Aladdin es sencilla, como si le hubieran sido esculpidas capas de elementos innecesarios hasta dejarla en una fábula eterna con un mensaje muy sencillo.

A diferencia del drama isabelino en tres actos de The Lion King, Aladdin está, en forma y fondo, apegada a los fundamentos de la comedia romántica. Para acercarse a la princesa, Aladdin finje ser alguien que no es. El punto de conflicto se da cuando la mentira ha sido llevada demasiado lejos, pero en lugar de que Meg Ryan arme un berrinche quejándose de la falta de honestidad (siendo que sin la mentira jamás se hubiera dado el acercamiento), se abre una oportunidad para que el villano se apodere de la lámpara, de la princesa, y usurpe el trono. Aladdin es expulsado del reino y va a dar a una helada esquina del mundo donde casi pierde la vida. ¿Cómo arreglar todo este lío, en el que se metió por hacerse pasar por alguien más?

Pues sí, duh. Lo hemos visto mil veces. Pero Aladdin lo cuenta con tanta sinceridad, sin mayores pretensiones, que lo aceptamos una vez más. La pequeña anécdota sin complicaciones alcanza un desarrollo y cierre más que satisfactorios, y permite más tiempo en pantalla al Genio y los números musicales, que son los mejores de una película de Disney. Y todo esto es bueno. Todas las películas deberían poner énfasis en lo que la vida diaria no puede darnos. Tanta gente parece fascinada con cintas como María llena eres de gracia o Voces Inocentes. ¿Por qué la gente va a ver realidad al cine? No puedo evitar sentir que todo estos dramones que sólo se sustentan en presentar "la problemática social de x" merecen quedarse en el género del documental. Me parece un escupitajo a la larga tradición de entretenimiento del cine, una donde Jackie Chan se revolcó en brasas ardiendo para Drunken Master II, o donde Buster Keaton arrojó un tren al vacío en The General.

Gente, en algún lugar, en este momento, están proyectando Team America y Kung Fu Hustle. No pierdan el tiempo con la realidad. El cine no se hizo para eso.

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90. El Ángel Exterminador (Luis Buñuel, 1962)

sábado, febrero 12, 2005
angelin.JPG

Entras a imdb y encuentras como título en un comentario de un usuario sobre El Ángel Exterminador: An explanation? There is none; que a mi la verdad me lleva a la preparatoria en un día muy caluroso donde todos queríamos irnos ya pero no podíamos. La maestra estaba apunto de enseñarnos qué es el Teatro del Absurdo; y siendo una de las corrientes artísticas de ruptura más relevantes de la historia de la literatura, tenemos que callarnos, sentarnos, y esperar a que termine. Es tan estúpido que no paro de reír. Mis compañeros también se hacen un ovillo en sus asientos. Todos creen que es una broma hasta que nos dan a leer a Ionesco. Yo pienso que eso va en serio y que hay que tener muchos huevos para llegar, a los 15 años, a un texto como La Cantante Calva. Y todo esto, aderezado con comentarios como: "Es un teatro liberador", "una catársis colectiva inmensa" "es explicar con la irracionalidad varios puntos obscuros de la vida humana"; y tal. Mi maestra nos decía que el Teatro del absurdo, por defecto, había nacido para observar a la burguesía sin pudor alguno. Y yo, yo no paro de reírme todavia.

En 1960, Buñuel estaba en un plan donde él podía ir a filmar a donde quisiera, lo que le pusieran, lo que le contaran; ya fueran mentiras, cuentillos de rancho, historias macabras, notas policiales; vaya, estaba en el paraíso fílmico de un artista prolífico. Fue un formador tan preocupado por quedar bien, por mantener la curiosidad en el espectador, que nunca se fijó si le daban cacahuates en lugar de oro. Pero vamos, eso nunca importó. Gustavo Alatriste, el mueblero casado con Silvia Pinal, le dijo que podía filmar lo que quisiera con la condición de que su esposa fuera una estrella sobresaliente. Hicieron 3 películas que los marcaron para toda su vida (en distintos niveles, claro), Simón Del Desierto, Viridiana, y esta. El trío pues era perfecto pero por méritos de trabajo. Buñuel era libre, Alatriste tenía dinero, Silvia Pinal se dejaba hacer inmundicias que eran pruebas escabrosas para un actor. Y los guiones partían siempre de una idea muy básica que de algún modo siempre se iba torciendo hasta llegar a situaciones por encima de lo perverso.

El título original era "Los náufragos de la calle Providencia" y los náufragos no son más que un puñado de ricos atrapados en una sala de estar de una casa inmensa donde los rodean un oso y 3 ovejas; no hay comida, no pueden pasar a otro lado de la casa, no hay drogas, licor, no hay nada. Atrapados tal cual, sin poder salir aunque ellos quieran, aunque lo rueguen. La premisa era esa, la de no poder hacer nada mas que esperar, la de sentir una fuerza que los jalaba hacia dentro, siempre, hambrientos, sedientos, sucios. Sí, una jugarreta que a nuestros ojos es bastante cómica. Una broma muy pesada de alguien que nunca se presenta. No pueden salir y nadie puede entrar. Afuera, hay patrullas, familiares, periodistas y mirones. Dentro, Enrique Rambal y Lucy Gallardo, los anfitriones, tienen que lidiar con el hacendado mirón de malos modales, la arpía pudorosa de dos caras, dos enfermos que están a punto de morir, dos amantes recatados que deciden apartarse de por vida, un masón y su esposa con la nariz más grande del cine mexicano, un caballero muy peculiar, un doctor imbécil con la última palabra para todo, y 3 o cuatro (no recuerdo, el reparto es larguísimo) esposas desesperadas.

Buñuel comentó para una entrevista con José de la Colina, que si hubiese tenido la oportunidad de filmarla de nuevo, hubiese recurrido al canibalismo, a cosas realmente espantosas. Y aunque a mi me da la impresión de que llegaba a puntos más sádicos que eso, la idea del Ángel Exterminador no pierde fuerza. Ni siquiera la manera en que la filmó. Una pieza teatral donde tuvo que tenerlos a todos en un espacio muy reducido, moviéndolos de aquí a allá, desperdigando los diálogos con una cadencia inefable, brutal. Mezclando imágenes surrealistas, situaciones embarazosas. Cada uno de los millonarios ahí dentro tuvieron mucho que contar, pero nunca lo hicieron, y a partir de ello, va creciendo la historia hasta que no hay una sola atadura . Sólo así se comprende el absurdo. Cuando las cosas, las verdaderas pasiones, los instintos más humanos, son reemplazados por emociones y etiquetas que no tienen importancia. Y así, se me acaba la risa.

Arturo :: permalink