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90. El Ángel Exterminador (Luis Buñuel, 1962)

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Entras a imdb y encuentras como título en un comentario de un usuario sobre El Ángel Exterminador: An explanation? There is none; que a mi la verdad me lleva a la preparatoria en un día muy caluroso donde todos queríamos irnos ya pero no podíamos. La maestra estaba apunto de enseñarnos qué es el Teatro del Absurdo; y siendo una de las corrientes artísticas de ruptura más relevantes de la historia de la literatura, tenemos que callarnos, sentarnos, y esperar a que termine. Es tan estúpido que no paro de reír. Mis compañeros también se hacen un ovillo en sus asientos. Todos creen que es una broma hasta que nos dan a leer a Ionesco. Yo pienso que eso va en serio y que hay que tener muchos huevos para llegar, a los 15 años, a un texto como La Cantante Calva. Y todo esto, aderezado con comentarios como: "Es un teatro liberador", "una catársis colectiva inmensa" "es explicar con la irracionalidad varios puntos obscuros de la vida humana"; y tal. Mi maestra nos decía que el Teatro del absurdo, por defecto, había nacido para observar a la burguesía sin pudor alguno. Y yo, yo no paro de reírme todavia.

En 1960, Buñuel estaba en un plan donde él podía ir a filmar a donde quisiera, lo que le pusieran, lo que le contaran; ya fueran mentiras, cuentillos de rancho, historias macabras, notas policiales; vaya, estaba en el paraíso fílmico de un artista prolífico. Fue un formador tan preocupado por quedar bien, por mantener la curiosidad en el espectador, que nunca se fijó si le daban cacahuates en lugar de oro. Pero vamos, eso nunca importó. Gustavo Alatriste, el mueblero casado con Silvia Pinal, le dijo que podía filmar lo que quisiera con la condición de que su esposa fuera una estrella sobresaliente. Hicieron 3 películas que los marcaron para toda su vida (en distintos niveles, claro), Simón Del Desierto, Viridiana, y esta. El trío pues era perfecto pero por méritos de trabajo. Buñuel era libre, Alatriste tenía dinero, Silvia Pinal se dejaba hacer inmundicias que eran pruebas escabrosas para un actor. Y los guiones partían siempre de una idea muy básica que de algún modo siempre se iba torciendo hasta llegar a situaciones por encima de lo perverso.

El título original era "Los náufragos de la calle Providencia" y los náufragos no son más que un puñado de ricos atrapados en una sala de estar de una casa inmensa donde los rodean un oso y 3 ovejas; no hay comida, no pueden pasar a otro lado de la casa, no hay drogas, licor, no hay nada. Atrapados tal cual, sin poder salir aunque ellos quieran, aunque lo rueguen. La premisa era esa, la de no poder hacer nada mas que esperar, la de sentir una fuerza que los jalaba hacia dentro, siempre, hambrientos, sedientos, sucios. Sí, una jugarreta que a nuestros ojos es bastante cómica. Una broma muy pesada de alguien que nunca se presenta. No pueden salir y nadie puede entrar. Afuera, hay patrullas, familiares, periodistas y mirones. Dentro, Enrique Rambal y Lucy Gallardo, los anfitriones, tienen que lidiar con el hacendado mirón de malos modales, la arpía pudorosa de dos caras, dos enfermos que están a punto de morir, dos amantes recatados que deciden apartarse de por vida, un masón y su esposa con la nariz más grande del cine mexicano, un caballero muy peculiar, un doctor imbécil con la última palabra para todo, y 3 o cuatro (no recuerdo, el reparto es larguísimo) esposas desesperadas.

Buñuel comentó para una entrevista con José de la Colina, que si hubiese tenido la oportunidad de filmarla de nuevo, hubiese recurrido al canibalismo, a cosas realmente espantosas. Y aunque a mi me da la impresión de que llegaba a puntos más sádicos que eso, la idea del Ángel Exterminador no pierde fuerza. Ni siquiera la manera en que la filmó. Una pieza teatral donde tuvo que tenerlos a todos en un espacio muy reducido, moviéndolos de aquí a allá, desperdigando los diálogos con una cadencia inefable, brutal. Mezclando imágenes surrealistas, situaciones embarazosas. Cada uno de los millonarios ahí dentro tuvieron mucho que contar, pero nunca lo hicieron, y a partir de ello, va creciendo la historia hasta que no hay una sola atadura . Sólo así se comprende el absurdo. Cuando las cosas, las verdaderas pasiones, los instintos más humanos, son reemplazados por emociones y etiquetas que no tienen importancia. Y así, se me acaba la risa.
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