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78. Hable Con Ella (Pedro Almodóvar, 2002)

viernes, septiembre 16, 2005
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Un hombre que ve una obra de teatro comienza a llorar inexplicablemente. Delante de él, una escena que se muestra inconclusa, como una nube gris, es parte de una pieza de teatro famosa que sirve de introducción a algo muchísimo más tétrico. Dos mujeres se baten a duelo de actuación. Una, muchísimo mayor, y con los cabellos hirsutos, hace una mímica espectacular, única; la otra, al fondo, imita a un ritmo más lento, entrecortado, como si quisiera ser un reflejo; enmedio de las dos, de traje negro, desesperado, un tipo les va quitando unas sillas para que no se lastimen. Todo se mueve con una sencillez inefable; bien orquestado, frágil, a veces inverosímil, a veces incomprensible. El hombre que llora tiene a un tipo al lado que se da cuenta de que algo anda mal. Pero para los que ya estamos dentro de "Hable con Ella", la obra maestra de Almodóvar, supondremos en segundos, que ese tipo que se da cuenta de las lágrimas del otro, tendrá que callar muchas cosas en el transcurso de la película.

Cual cuchillo que corta un queso, la sencillez con la que "Hable con ella" se desarrolla, siempre me ha dejado frío. Aún cuando dudo del hecho de que "Todo sobre mi madre" me haya sacado más lágrimas y todavía aún después de tener por encima de muchas obras del cine español, a ese dramón negro que es "La Ley del Deseo". "Hable con Ella" parece ser arrancada de un instante que se pensó con mucha astucia. La idea de tener a un personaje femenino en coma que diga tanto y demasiado en una historia donde ni siquiera adquiere el protagónico, es un reto que se ve consumado sin ningún reproche. El romance que sucede a la ignorancia. La soledad, fruto de la incomunicación. Los motivos sentimentales que siempre son excusas para olvidar la errata, el tropiezo. Tapar el miedo con las manos y hacer de un día normal de enfermería, una odisea personal secreta.

Bajo esa circustancia, Benigno es quien más me gusta en la película. Logra ser el enfermero perfecto con muy pocas herramientas y con un sentido del humor amanerado fuera de lo común. Su grito a gran volúmen no es otro que vivir de cerca el amor que no debe ser imposible. Aunque para esto tenga que pagar trágicamente escarmentando una sóla vez en su vida. Pero Marcos, por el contrario, es el hombre de mundo que se quedó en el lugar equivocado cuando por error vio en la televisión algo que no debía. Su tragedia muta en cosas que no tienen que ver con las mujeres y sí más con sus propios fantasmas y su soledad. Cuando ambos tienen que arreglar las cosas para poder seguir, es claro que Benigno tiene el mapa más amplio para destrozar a su gusto. Y eso es precisamente lo que me encanta. El giro que da por encima de los personajes. El Azar.

Lydia es una torera y como tal se expone a lo peor dando el cuerpo en el ruedo; se aleja de sí misma por ese craso error en la voluntad (hincarse demasiado pronto o demasiado tarde, qué se yo) que la enfrenta contra la bestia, tendiendo desde ahora a ver las cosas desde otro ángulo; aunque su participación en el film, después de eso, se dibuje como un garabato mudo que tenía muchas cosas que contar "antes de". Alicia, sin embargo, está sobre otro juego súbito en donde no estaba arriesgando nada, dando absolutamente nada, ni atreviéndose a algo. Alicia era sólo una bailarina que se la jugó sin querer saliendo un día lluvioso a ninguna parte. Ambas, luego de verse cara a cara mientras toman el sol, me conmueven como no tienen una idea. Son dos mujeres que por situaciones increíblemente dispares, van a marcar de por vida a los otros ( o quizá nada más a uno), a los que tienen la oportunidad de "hablar" y encontrar la salida del laberinto.

Al final, cuando parece que todo está perdido y los placeres culpables llevan a una trágica caída, el mundo "deadeveras", ese mundillo abyecto en donde las cosas parecen más un traspatio de los sentimientos ocultos que valen la pena, el filme de Almodóvar es un banquete tan sórdido, maravilloso, y tan terriblemente desgastante, que si bien no pretende involucrar a 4 personajes para redescubrir las maravillas que logran la buena comunicación y el lenguaje entre los seres humanos, es por mucho una visión hermosa y mágica, de lo que "yo te quiero decir a tí pero no puedo", y lo que "nos tenemos que decir inmediatamente".

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79. God of Cookery (Stephen Chow y Lik-Chi Lee)

jueves, septiembre 01, 2005


Sí, a Stephen Chow también lo picó el síndrome de Mickey Mouse. Está en vistas de conseguir el estrellato internacional después de Kung Fu Hustle, y para lograrlo tuvo que hacerle algunos cambios a su rutina. Buenos cambios, en su mayoría. Pero algo falta.

Si hacemos un diagrama de Venn de su filmografía, veremos que en God of Cookery se concentra todo lo bueno de Stephen Chow. Es la última cinta que hizo con un formato que le había funcionado de maravilla en su tierra: la historia de éxito, caída y redención. En ese punto de su carrera, la fórmula estaba refinada con precisión de cirujano. Chow como villano carismático cuya soberbia y prepotencia le impiden ver que entre su séquito tiene a sus enemigos, hasta que le tienden una cruel emboscada. La humillación, el estar en el otro extremo del puntapié. La caridad desinteresada de una joven, quien lo ayuda a recuperar su lugar pero ahora con una distinta visión del mundo, distintas razones para estar en la cima. Es una fórmula triunfadora de piedad y simpatía.

Es, sin embargo, una fórmula que probablemente no volverá a utilizar jamás. Así como quizá Jackie Chan desearía destruir los negativos originales de The Killer Meteors, Stephen Chow ya no puede darse el lujo de interpretar a patanes y rufianes por mucho que cambien al final de la cinta. Ahora la simpatía la cosecha en base a orígenes humildes, al hombre pequeño con talento pero sin suerte, cuyo buen corazón lo hace triunfar al final. Al menos esa es la línea que comparten King of Comedy, Shaolin Soccer y Kung Fu Hustle, si bien los personajes no son del todo idénticos. De todas maneras, es una lástima: el Stephen Chow diabólico es tan o más gracioso que su versión limpia y buena. En God of Cookery apuñala a meseros en el trasero con un tenendor porque se equivocan con su vino, patea a una horrorosa colegiala haciéndola volar varios metros y hasta bien entrada la película sigue huyendo de su benefactora, una mujer buena, valiente y espantosa. Mientras está en el lado oscuro es que se puede ver un humor pertinente a sus indulgencias, como el niño que le dice algo simpático a una hormiga mientras, entre carcajadas, la quema con una lupa.

Así como God of Cookery es la última película en la que decidió interpretar al villano castigado, ésta es también la primera en la que se observa por parte de Chow un esfuerzo consciente por dirigir una cinta que se alejara del doble sentido de su filmografía anterior, a favor de un humor más visual y universal. La primer película que dirigió, Love on Delivery, tiene la reputación de ser una de sus cintas más hilarantes... si uno entiende cantonés. Cuando yo la vi, con mucho esfuerzo llegué a comprender que la mayoría de los chistes tenían que ver con expresiones locales, sobrenombres de genitales y parodias de novelas. Como ésta, muchas de sus viejas películas se mueven entre el doble sentido, el chiste local o, si la película fue dirgida por Wong Jing, el pastelazo de caricatura tan favorecido en Hong Kong.

Afortunadamente, God of Cookery explota el estilo de comedia único de Chow, uno que en gran medida se basa en las expresiones de su rostro y la manera en que recita sus diálogos. No estorba tampoco el hecho de que la cinta no se carga completamente sobre él, sino que se ha rodeado de un cuadro de personajes interesantes por derecho propio. De hecho, algunas de las mejores carcajadas no las produce Chow, sino el pandillero que siempre anda sin camisa, el temible monje que lo aprisiona en el monasterio o el malencarado gangster rival retozando en la playa. No sé si compartir abiertamente los reflectores sea una muestra de humildad por parte de Stephen Chow o si fue su interés como director desde un principio, pero al hacerlo le dio una fluidez de la que carecen muchos de sus trabajos anteriores, que para sostenerse lo tenían a él de único pilar. Por primera vez, para ojos extranjeros, el cine de Chow es divertido de principio a fin. Permanecen algunos giros del lenguaje aquí y allá, pero son minoría ante la andanada de gags visuales y situacionales.

Ah, no puedo evitar mencionarlo: sale mucha comida en la película. Hermosa, colorida, bañada en un brillo dorado, como fotografía de restaurante. Nunca un huevo con carne y arroz se vio tan apetitoso.

Resumiendo: God of Cookery fue la última cinta de Stephen Chow en utilizar un formato probado y exitoso, y la primera en deshacerse del humor localista que impedía su éxito a nivel internacional. Desgraciadamente, es también la última en la que vimos al Stephen Chow deliciosamente cruel. Como le pasó a Mickey Mouse, Jackie Chan y Cantinflas, la popularidad lo llevará cada vez más lejos de sus inicios como un patancillo pendenciero hasta lograr la imagen pulcra de todo ícono. Aún cuando eso suceda, yo guardaré por siempre la imagen de él queriendo vendernos un cochino hueso por 100 dólares.

Kurenai :: permalink