82. One, Two, Three (Billy Wilder, 1961)
Crear un personaje neurótico parece tan sencillo. A decir verdad, yo no sé cómo, pero parece cosa de niños. Si se le añaden canas, muecas, dengues, gestos, puedes sacar sin ningún problema a un Michael Douglas promedio. Groucho lo sabía cuando entraba a un set sacando su puro y blandiendo una sombrilla. Dibujar la neurosis en el cine no debe requerir, pues, de mucho trabajo. Y creo que en el peor de los casos lo más difícil sería meter a un enfermo mental consumado a que haga unas cuantas líneas. O peor aún, que el film mismo sea visto por millones de personas y que, en su conjunto, lo que se haya armado no sea otra cosa mas que un manicomio espectacular y peligroso. James Cagney lo era. Un cuadro de dos escenas dispares. Podía ser un almirante asesino a bordo de un trasatlántico o bien un padre cariñoso que sólo muestra su euforia cuando no le llega el periódico.
Uno de los directivos de Coca-Cola, C. P. MacNamara, residiendo en Berlín, negocia una franquicia en Rusia para llevar allá el líquido de la libertad. Hay roces con los comunistas y el plan parece caerse. El jefe central, quien es un tipo muy bravucón, de la noche a la mañana decide mandar a su hija rebelde de vacaciones a Alemania. Pide de favor a Macnamara que la cuide y que haga de su estancia, un verano inolvidables. Cuando la hija desaparece y regresa casada con un comunista del lado oriental, la situación se va poniendo pesada. En un arrebato de venganza, Macnamara tiende un plan para dejar "inhabilitado" al aleman transgresor, sin saber que la esposa, una chica bastante "madura" a sus 17 años, está embarazada. Todo esto, en un país que la acuna como non-grata, y con un esposo a punto de ser sacrificado.
Esto pasó en una época en que filmar una escena de un asesinato en un baño parecía absurdo para cualquier productor cinematográfico. Y pasó luego de anunciar la última película en la carrera de Cagney como protagonista. Billy Wilder llevó al cine la comedia de Ferenc Molnar "Uno, Dos, Tres", que aunque entrañable, era más bien una comedia pragmática: se podía conseguir, a partir de chistes dulzones sobre coca-colas, rockandroll, y vestidos de lunares, una crítica dura y estrepitosa sobre la época en que se erigió el muro de Berlín y las no muy buenas relaciones que había entre Rusia y Estados Unidos. Vaya, lo de siempre. Sólo que, a una distancia bastante considerable en años, los chistes parecen ser, ahora, más bien automáticos y vulgares. Sin embargo, en un plano (lo que nos viene interesando al fin y al cabo) actoral y de montaje, Wilder consiguió, luego de hacer varios thrillers suculentos, reinventar su trabajo con un tinte que él terminó dominando: el teatral.
Billy Wilder posee un don para cautivar creando dentro del mismo mito de la historia, elementos que son clásicos en la cultura pop. Dio a Marylin Monroe sus mejores momentos, y consiguió filmar, uno de los noires más famosos de la historia: "Sunset Boulevard"; siempre con una fuerza diluviana, sin detenerse mucho a enmendar los huecos, preso de sus propias reglas narrativas; escandaloso, sucio, violento. En esta película, partiendo de chistes tan raros que no manejarían gente como Cukor o Mcarey, -como el del guardia de la frontera que abre la coca cola rompiendo la botella del pico, o la foto de Stalin que se revela en la escena del strip tease- Wilder no deja que uno respire ni un segundo, en toda esa montaña rusa de golpes bajos a lo absurdo de los conflictos entre naciones; a lo ridículo que es la transculturización; a lo abyecto de las relaciones personales con intereses de por medio; y a lo ruin que puede ser manifestarse tan grande y ser en realidad muy pequeño.