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83. The Other (Robert Mulligan, 1972)



The Other ocupa un lugar en mi cabeza justo entre la tira de Calvin y Hobbes y un episodio de Ray Bradbury Theater llamado "The Screaming Woman". Una regordeta Drew Barrymore pasaba sus solitarias tardes jugando en los bosques que su casa tenía por jardín, tal y como aquellos donde Calvin y su tigre gozan practicando Calvinball o saltando pequeños desfiladeros. La imagen de una infancia en la América rural siempre me ha parecido pintada con tintes de una insondable soledad y el mundo de fantasía que ésta exigía en pequeños que no tenían mucho con qué entretenerse durante los largos veranos. Hasta antes de ver esta película, este cuadro me mostraba una niñez increíblemente feliz o increíblemente aburrida. The Other también presenta un niñez increíble, pero por razones mucho más perturbadoras.

Uno de esos raros ejemplos del gótico americano a través de los ojos de un niño, The Other narra la historia de dos gemelos de 9 años, Niles y Holland, que viven con su familia en una granja de Connecticut. Los dos niños juegan en el campo, entreteniéndose con sus propios medios y haciendo travesuras, casi todas iniciadas por Holland mientras que Niles acaba recibiendo el regaño. Niles siente que hay algo perverso en su hermano, quien prefiere evitar la compañía de su familia y gusta de refugiarse entre las sombras de un ático oscuro. Siendo niños, los adultos no sospechan de ellos, pero cuando las travesuras comienzan a salirse de control y comienzan a sucederse las tragedias, Niles acude a su sabia abuela, quien podría ser la única capaz de detener las crueldades de Holland.

La historia de dos hermanos gemelos en un escenario rural de los 30, se acerca a simple vista a uno de esos idílicos filmes de Disney (del tipo que odiábamos de niños, por no ser animados). Una de esas historias inspiradoras donde la infancia comulgaba con la belleza del campo y sus simples placeres. Mulligan no se preocupa por precipitar los acontecimientos, tampoco, y mantiene un ritmo tranquilo, apacible, dando a la película la apariencia de entretenimiento familiar de sábado por la tarde. Ese tipo de cintas son las mejores, pues cuando finalmente enseñan los dientes, es difícil desechar todos esos sentimientos que hemos cultivado desde el inicio de la película. Nos encuentra vulnerables, abiertos para los golpes más fuertes, que desde luego, se han guardado para el final.

La primera media hora, debo admitir, revela la edad de The Other, porque cualquiera que ponga atención a la manera en la que está filmada podrá adivinar a los cinco minutos el gran giro que sucede a media película. No es culpa de la cinta: el amor al cine hace eso en una persona, el querer identificar sus mecanismos, y lo que en 1972 probablemente hizo estallar cabezas hoy resulta dolorosamente obvio ¡Sin embargo! Cuenten esa mediana desilusión como uno más de sus trucos de prestidigitación, porque antes del final todavía tiene varios momentos de agudo ingenio y valentía que el cine de hoy no se atrevería a tocar ni de broma.

Sin derramar una gota de sangre, sin un sólo acto de violencia en pantalla, The Other deja una impresión devastadora que dura mucho después de terminada la cinta. Es una de esas películas que me hubiera gustado ver a los diez años, cuando me quedaba viendo películas de la TV con mi papá hasta las once de la noche. En ese entonces no sabía nada de lenguaje cinematográfico, y si me aterrorizó Phantom of the Paradise en aquella época, sólo puedo imaginar el número de meses de dormir con la luz prendida que me hubiera dejado ver The Other hasta el final.
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