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92. Monkey Business (Norman Z. McLeod, 1931)

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Aunque Duck Soup (el fime más laureado de los Marx) me dejó como un cadaver con fiebre: tieso de la emoción y con un dolor de estómago por la risa que no se me quitó en 3 días, Monkey Business fue la primera que vi de los hermanos neoyorkinos. Estaba en una grabación en VHS de el canal 11, una temporada en que al director de dicho canal se le ocurrió hacer un ciclo de comedias mudas y sonoras de los años 20's y 30's. De ahí, un amigo grabó muchas y una de ellas (borrando un cassette donde tenía Soldado del futuro) fue Monkey Business. Tenía la referencia de los libros sobre camas de Groucho y el haber leído la mitad de un tomo de sus correspondencias; éso y el tener que enfrentarme a esa terrible leyenda del subtitulaje de la gente de la UNAM. Pero luego de que los hermanos se presentan en el bote, cantando dentro de esos barriles sucios, jugándosela al polizonte, me desconecté por completo de todo lo que había leído al respecto.

Las historias en los films de los Marx casi siempre son tan mediocres que pasan desapercibidas. Podría jurar que no recuerdo siquiera si en Duck Soup lo que querían era salvar a la reyna (¿Primera Dama?) o si de plano la idea era invadir Silvania con chimpancés, mandriles y delfines. Dependía mucho de qué se quería contar a razón de lo que el director tenía en mente para manejar los gags. Norman Z. McLeod no tenía mucha experiencia en el cine de las risas, y en partes se nota de antemano que mucho de lo que salva a la historia misma es la improvisación que tiene Groucho en partes tan dulces como los dos tangos que baila con Thelma Todd y esa escena al final donde tiene que caer en un pajar y se vale de la cola de una gallina para caer con elegancia. Por eso quizá la sensación que deja Monkey Business para muchos es menor a lo que Leo Mcarey hubo logrado en Duck Soup, ya que éste, se defendió ciegamente en cientos de episodios cómicos de distintos calibres, ya fuera con Laurel and Hardy o Charles Laughton. Sin embargo, y sin querer pasar por "reaccionario", Monkey Business tiene un feeling y un equilibrio admirable, que hacen que los chistes sean quizá menos nihilistas que en la otra, pero sin duda más frescos hoy en día.

En la mayoría de las películas de los Marx (y en esta no sería la excepción), Chico toca el piano y Harpo el arpa. Lo del primero es tan exquisito e hilarante que no tiene excusa alguna para mamar del metraje 6 o 7 minutos de la trama, pero lo del segundo es tan espantoso y lánguido, que si me dejaran viajar en el tiempo directito al plató, le pasaba un lanzallamas encima del instrumento para que no lo volviese a tocar jamás. Y es que las pericias estaban tan bien niveladas que en el momento de usarlas, si había un error en el guión, cada integrante de la familia se valía de lo suyo para sobresalir. Zeppo se enamoraba y cantaba y era el más correcto, pero dentro de sus parámetros no podía ser lo tantito punk que eran los otros porque él cargaba el empleo más sufrible e inverosímil de la historia del cine de comedia: él era el patiño de 3. Sí. En cada cuadro los ves a cada uno haciendo caras de pendejo y a él lo ves de punching bag cortándose un sombrero, recibiendo un zape, una bofetada, y si se descuidaba, perdía a la chica con la que siempre estaba a punto de casarse.

De Groucho no voy a hablar porque de él se ha hablado demasiado. Sólo diré que en ésta, a diferencia de las demás, es quizá donde más sale, donde más interactua con todos los personajes, donde más deja huella, y donde (100 por ciento) consigue tener química con el sexo opuesto. Woody Allen en varios de sus primeros planos con mujeres, tiene la desfachatez de copiarle sus ademanes y el lujo con el que disiente de cada cosa que replican ellas. Pero lo que nunca podrá lograr es verse como una verdadera verruga infectada en el culo cuando lo que se quiere es molestar o sobrevivir. Sólo así, Groucho y sus hermanos pueden salir escapándose de un barco e internarse en una fiesta para luego terminar peleando y narrando una lucha en un granero. Eso me gusta de Monkey Business. La facilidad con la que él liderea a la pandilla para ponerle un cuatro sin dormir, comer, tomar, o hacer una pausa, a quien se les ponga enfrente: mafiosos, meseros, millonarias, taxistas, vaqueros, guaruras, músicos, obreros, canallas; y luego, para no dejar pista de que en verdad pueden ser tan maniacos y peligrosos, se inventan un chiste y lo arreglan todo.
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