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80. Frantic (Roman Polansky, 1988)



La primera vez que alquilé Frantic en un videoclub que ya no existe, me quedé dormido mientras la veía. Fue en 1989. Yo iba buscando aquella de Frank Sinatra llamada "The Manchurian Candidate" pero el dueño, un tipo bastante rudo y conocedor, me recomendó eufórico alquilar Frantic, que para variar, ese día tenía 4 copias y todas estaban disponibles, a lo que a mi, por supuesto, me parecio bastante sospechoso. La portada no era atractiva, y los nombres del reparto estaban para llorar (Harrison Ford acababa de hacer "Witness" y Emmanuelle Seigner era una completa desconocida). "Die Hard" estaba de moda, y la mayoría de la gente prefería ver cómo le era cortada la cabeza a Andy García en "Black Rain". Entonces, lo de Frantic era improbable. Todo. Nadie la rentaba, nadie se enteraba, nadie podía darme una opinión.

Después, mucho tiempo después, un amigo me la prestaría en divx. Tenía una especie de introducción de la BBC donde era catalogada como: "el mejor sucesor de Hitchcock en el cine moderno"; las apuestas estaban duras, por los cielos, yo ya quería verla, y encandilarme con ella. Así que me senté frente a la PC, la puse y me gustó. Me gustó mucho. Creí que antes de ser un sucesor, Polansky era un adulador de la obra de Hitchcock, un teórico del suspenso. Los elementos me parecieron genuinos. La parodia americana al juego de palabras frances me daba mucha risa (confundir Gin Tonic con Gym Tonic). La puesta en escena de un París underground lleno de droga y techno me encantó. Los giros tan fatalistas y las caras de desesperación de Ford no sólo me hizo creer que ya no era el Han Solo de toda su filmografía, sino que apenas hasta ese momento lo empecé a considerar como un estupendo actor. Todo tan bien orquestado, tan bien sugerido, tan bien contado, que no pude más que arrepentirme de haberme quedado dormido aquella vez.

Pero creo que al final pude disfrutarla como se debe. En aquel entonces, muchas de las situaciones me hubieran parecido abstractas. El humor y la manera con la que Polansky rueda sus films no es un patrón que muchos siguen hoy en día. Es único. Tiene esa actitud por empeorar los momentos violentos con un sonido fuerte, una iluminación austera, y un terrible, inimaginable, nivel actoral. Explota con una facilidad increíble, momentos que en el guión parecerían a simple vista muy dispersos. La escena de Harrison Ford donde habla con uno de sus hijos es desgarradora, pero la verdad es que es un momento inverosímil si se lee ya escrito. O aquel donde se lía a golpes con uno de los agentes fronterizos y es derribado de un puntapié, no tendría categoría ni de cómica si se planea filmarla en una sola toma. Polansky tiene su propia visión del cine. No recuerdo haber despreciado una película suya. Y no recuerdo tampoco haber sentido antipatía ante alguna de sus historias.

De Frantic no se puede contar nada porque cualquier cosa que salga de cualquiera se convierte de inmediato en un megaspoiler. Si se sabe de dónde parte el punto argumental, la película se te cae de las manos; si llegas con al menos la idea principal, ya llevas ganado mucho terreno, y ya no es tan divertida. Dejémoslo así. Lo que nos deja Frantic, antes de ser (según muchos) una crítica social de dos culturas muy diferentes (una decadente y otra muy ofensiva) es contarte de nuevo una trama que no te deja respirar. Ajá, ese tipo de juegos otra vez. De esos que ya no hay. Polansky se redime después de su jueguito familiar en "Pirates" y se prepararía para hacer el agujero más extraño de su carrera: "Bitter Moon" (que, cabe decirlo, soy también un fan de esa historia); y se convierte, sin pensarlo dos veces, en el hombre más buscado de Estados Unidos por muchas razones. Unas que le rebasan su propia obra, y le alcanzan a su propia persona.
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